La integración del sistema espacial y material en la arquitectura
En 20 edificios que todo arquitecto debe entender, Simon Unwin propone que la arquitectura solo puede comprenderse plenamente cuando se analiza la relación inseparable entre el espacio y la materia. Ambos sistemas, el espacial y el material, constituyen los pilares que dan forma, significado y experiencia a la obra arquitectónica. El sistema espacial organiza el recorrido, las relaciones visuales y las jerarquías del lugar, mientras que el sistema material lo dota de cuerpo, textura y permanencia. Juntos, conforman una síntesis entre pensamiento y construcción, entre la idea abstracta del diseño y su expresión tangible. La arquitectura, en este sentido, no es solo una composición de formas, sino una experiencia física y sensorial donde lo estructural, lo perceptivo y lo humano se encuentran.
El sistema espacial se refiere a la manera en que el arquitecto ordena y distribuye los espacios para crear secuencias, relaciones y tensiones entre los distintos ámbitos del edificio. Según Unwin, los muros, techos, aperturas o columnas no existen de manera aislada, sino en función de las conexiones que establecen entre interior y exterior, luz y sombra, lo público y lo privado. El espacio, por tanto, se percibe en movimiento, con los sentidos, y a lo largo del tiempo. Las notas de clase lo definen como un sistema continuo, formado por superficies y volúmenes que generan grados de separación y conexión. A través de estas relaciones, el arquitecto construye una narrativa espacial que guía al usuario y lo hace consciente de su recorrido. El espacio, entonces, no solo se ocupa o se observa: se vive, se interpreta y se recuerda.
Por su parte, el sistema material convierte esa narrativa espacial en una experiencia concreta. Está compuesto por todos los elementos físicos que permiten que la arquitectura exista: estructuras, revestimientos, materiales, texturas y componentes técnicos. Todo edificio está sometido a fuerzas y condiciones como el peso propio, las cargas móviles, el viento, la lluvia o la temperatura, que exigen soluciones materiales específicas. La lógica estructural es fundamental, ya que implica comprender cómo se distribuyen las cargas, cómo los elementos se sostienen entre sí y cómo cada pieza cumple una función en el equilibrio del conjunto. Además, el estudio del sol y del clima influye directamente en la selección de materiales, buscando confort térmico, eficiencia energética y una integración respetuosa con el entorno. En esta dimensión, los materiales no solo tienen un papel técnico, sino también expresivo: transmiten sensaciones, emociones y valores simbólicos. Un muro de concreto puede sugerir solidez y permanencia, mientras que una fachada de vidrio comunica ligereza, apertura y transparencia.
La unión de ambos sistemas se apoya también en normas y estándares que garantizan la seguridad y el bienestar humano. Los estándares gráficos aseguran que los espacios estén diseñados a la medida del cuerpo humano, para que áreas como cocinas, escaleras o baños sean cómodas y accesibles. Por otro lado, organismos como el International Code Council (ICC) desarrollan códigos de construcción que promueven edificaciones seguras, sostenibles y eficientes. Estas regulaciones fortalecen la relación entre el sistema material y el ambiental, asegurando que las decisiones arquitectónicas sean responsables con las personas y con el planeta. En conjunto, los sistemas espacial y material deben concebirse de manera integrada: el primero define cómo habitamos, y el segundo hace posible que ese habitar sea real. Cuando se diseñan en armonía, la arquitectura logra trascender lo funcional y convertirse en una experiencia total que une lo físico, lo emocional y lo humano.
Comentarios
Publicar un comentario